Podría haberme despertado así cada día de mi vida.
sábado, 21 de febrero de 2015
Os echo de menos
Abro los ojos. Es pronto. El otro lado de la cama está desecho. Huele a café y ese maravilloso aroma me termina de despertar. Está mi neni entre las piernas y me cuesta levantarme. Me incorporo, la beso y una dulce queja sale de su boca mientras saco mis piernas. A cambio la tapo de nuevo con la manta. Me dirijo hacia la cocina -o el salón, depende en que ciudad nos encontremos- y ahí estás tú. Con tu bata, tu taza de café, algún podcast de radio 3 y un montón de papeles desordenados. Me recibes con una sonrisa que plasmas con un beso. Mi día ya tiene sentido. Mi día ya puede acabarse porque con eso tengo suficiente...
viernes, 20 de febrero de 2015
Luchando contra la razón
Una de las cosas más duras con las que tengo que luchar es mi cabeza. Sabes que siempre he razonado todo. Que a todo le encontraba explicación. Por eso me costaba creer en cuestiones basadas en la fe. Lo sabes. Y por eso me cuesta tanto. Por eso no soy capaz de avanzar. A cada paso que doy, retrocedo para borrar mi huella y al final siempre acabo en el mismo sitio.
No lo entiendo. No entiendo nada. No comprendo como algo mágico puede terminar. Como tú prefieres romper esa increíble conexión entre nosotros por percepciones, por emociones. Podríamos haber luchado juntos.
A veces mi mente saca una conclusión tajante. Esa química, esa conexión, puede que ya en estos últimos meses sólo fuera desde mi punto de vista. Que tú ya no sintieras lo mismo. Esa razón de la que hablo, toma el control y me deja las cosas claras. Pero es por eso por lo que me está costando tanto, porque no quiero creer eso.
jueves, 19 de febrero de 2015
Nieve en Madrid
Quizá no supe ver las señales. Quizá estando en el sueño no me daba cuenta de que había alarmas a mi alrededor que tarde o temprano sonarían. Quizá no me di cuenta de que las librerías en Asturias sólo ocurren en los cuentos de hadas... Quizá no sólo no era el chico de tus sueños para ver la nieve en París. Quizá ya en estos últimos meses no lo era ni para ver sencillamente la nieve.
En las horas de meditación involuntarias en las que someto a mi mente, intento demostrar a esa ridícula esperanza lo evidente. Le hago ver que en esos dos meses que he sufrido y que se remataron hace escasos días, el dolor sólo estaba en una orilla de la playa. En esas señales que enviabas por todos los altavoces sociales que se dan en nuestros días, tú estabas bien. En ocasiones, mejor que bien. Con tu tiempo ocupado en varios compromisos y rematados con algo que yo llevaba años proponiéndote. Con una escapada a la nieve. No la nieve de París, esa te la reservas para ese alguien especial, pero sí la nieve que resume estos últimos meses.
Insisto en hacerla ver, a mi mente, que hay pruebas evidentes de que ya no vas a volver. De que tus dudas, no era más que miedo al cambio. Y ese miedo siempre lo has tenido. Pero en tu vida ya no hay cabida para mí. Y mi mente lo sabe. Pero le cuesta admitirlo.
En las horas de meditación involuntarias en las que someto a mi mente, intento demostrar a esa ridícula esperanza lo evidente. Le hago ver que en esos dos meses que he sufrido y que se remataron hace escasos días, el dolor sólo estaba en una orilla de la playa. En esas señales que enviabas por todos los altavoces sociales que se dan en nuestros días, tú estabas bien. En ocasiones, mejor que bien. Con tu tiempo ocupado en varios compromisos y rematados con algo que yo llevaba años proponiéndote. Con una escapada a la nieve. No la nieve de París, esa te la reservas para ese alguien especial, pero sí la nieve que resume estos últimos meses.
Insisto en hacerla ver, a mi mente, que hay pruebas evidentes de que ya no vas a volver. De que tus dudas, no era más que miedo al cambio. Y ese miedo siempre lo has tenido. Pero en tu vida ya no hay cabida para mí. Y mi mente lo sabe. Pero le cuesta admitirlo.
miércoles, 18 de febrero de 2015
Estación de tren
Nada más asomarse el sol entres las nubes que cubren hoy el cielo, podía divisarme sentado en el antiguo banco de la estación. Quieto, con la mirada perdida. Así me encuentro la mayor parte del tiempo. Así se pasan las horas martilleando mi piel y desgastando mis ojos. Envejeciendo mi alma que lo único que hace es esperar el tren. Esperando el último vagón de la esperanza pensando que me llevará de vuelta a ti. Nueva espera que me transporta realmente a los infiernos. Y aun así, sigo anclado a mi asiento con la vista puesta en el horizonte.
No quiero admitir que esta estación ya fue abandonada. Que ningún tren pasará. Que mi nuevo rumbo está en otro sentido, en otra dirección. No quiero ver que ya no venden billetes hacia donde tú estás. Que ese tren ya nunca pasará. Que tu estación de destino abrirá otras líneas distintas en un futuro, pero no hacia la estación en la que yo me encuentro. No quiero creer que nunca más haré un viaje a ti, a vosotras. A veces consigo levantarme y divisar la salida. Saber que es la única opción, que es el camino para volver a empezar. Pero me arraigo todavía a mi estación. Así que, más viejo y más cansado, vuelvo a mi asiento. Y, hasta que no sepa hacer otra cosa, esperaré.
No quiero admitir que esta estación ya fue abandonada. Que ningún tren pasará. Que mi nuevo rumbo está en otro sentido, en otra dirección. No quiero ver que ya no venden billetes hacia donde tú estás. Que ese tren ya nunca pasará. Que tu estación de destino abrirá otras líneas distintas en un futuro, pero no hacia la estación en la que yo me encuentro. No quiero creer que nunca más haré un viaje a ti, a vosotras. A veces consigo levantarme y divisar la salida. Saber que es la única opción, que es el camino para volver a empezar. Pero me arraigo todavía a mi estación. Así que, más viejo y más cansado, vuelvo a mi asiento. Y, hasta que no sepa hacer otra cosa, esperaré.
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