Quizá no supe ver las señales. Quizá estando en el sueño no me daba cuenta de que había alarmas a mi alrededor que tarde o temprano sonarían. Quizá no me di cuenta de que las librerías en Asturias sólo ocurren en los cuentos de hadas... Quizá no sólo no era el chico de tus sueños para ver la nieve en París. Quizá ya en estos últimos meses no lo era ni para ver sencillamente la nieve.
En las horas de meditación involuntarias en las que someto a mi mente, intento demostrar a esa ridícula esperanza lo evidente. Le hago ver que en esos dos meses que he sufrido y que se remataron hace escasos días, el dolor sólo estaba en una orilla de la playa. En esas señales que enviabas por todos los altavoces sociales que se dan en nuestros días, tú estabas bien. En ocasiones, mejor que bien. Con tu tiempo ocupado en varios compromisos y rematados con algo que yo llevaba años proponiéndote. Con una escapada a la nieve. No la nieve de París, esa te la reservas para ese alguien especial, pero sí la nieve que resume estos últimos meses.
Insisto en hacerla ver, a mi mente, que hay pruebas evidentes de que ya no vas a volver. De que tus dudas, no era más que miedo al cambio. Y ese miedo siempre lo has tenido. Pero en tu vida ya no hay cabida para mí. Y mi mente lo sabe. Pero le cuesta admitirlo.
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