miércoles, 4 de febrero de 2015

Nieve en París

Quizá no supe ver las señales. Quizá estando en el sueño no me daba cuenta de que había alarmas a mi alrededor que tarde o temprano sonarían. Quizá no me di cuenta de que las librerías en Asturias sólo ocurren en los cuentos de hadas. Y por eso ahora el golpe es mucho mayor.

Hoy amanecía una alfombra blanca desvirtuando el monótono paisaje. Puede que sea de los pocos regalos que trae el invierno que a la mayoría de la gente agrada. Y, generalmente, a mí también. Pero hoy no sé disfrutar del regalo. No sé porque te imagino a ti, debajo de la gran nevada, con una sonrisa de niña y con tus palmas bien juntas para intentar atrapar todos los copos que aguantes antes de congelarte. Te imagino, haciendo un muñeco, y jugando conmigo con alguna bola despistada que acabe en mi cuerpo. 

Lo peor de todo, es que es sólo eso, una imaginación.  Los recuerdos que tengo de nosotros debajo de esa gran nevada son recreaciones de lo que podía haber sido, pero no son recuerdos. Porque nunca he visto la nieve contigo. Y es en este momento cuando me viene a la cabeza, y me pesa el alma toneladas, esa vez que te dije que me encantaría ver contigo París nevado y tú me negaste esa aventura porque la reservabas para el chico de tus sueños.

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