Abro los ojos. Es pronto. El otro lado de la cama está desecho. Huele a café y ese maravilloso aroma me termina de despertar. Está mi neni entre las piernas y me cuesta levantarme. Me incorporo, la beso y una dulce queja sale de su boca mientras saco mis piernas. A cambio la tapo de nuevo con la manta. Me dirijo hacia la cocina -o el salón, depende en que ciudad nos encontremos- y ahí estás tú. Con tu bata, tu taza de café, algún podcast de radio 3 y un montón de papeles desordenados. Me recibes con una sonrisa que plasmas con un beso. Mi día ya tiene sentido. Mi día ya puede acabarse porque con eso tengo suficiente...
Podría haberme despertado así cada día de mi vida.
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