Nada más asomarse el sol entres las nubes que cubren hoy el cielo, podía divisarme sentado en el antiguo banco de la estación. Quieto, con la mirada perdida. Así me encuentro la mayor parte del tiempo. Así se pasan las horas martilleando mi piel y desgastando mis ojos. Envejeciendo mi alma que lo único que hace es esperar el tren. Esperando el último vagón de la esperanza pensando que me llevará de vuelta a ti. Nueva espera que me transporta realmente a los infiernos. Y aun así, sigo anclado a mi asiento con la vista puesta en el horizonte.
No quiero admitir que esta estación ya fue abandonada. Que ningún tren pasará. Que mi nuevo rumbo está en otro sentido, en otra dirección. No quiero ver que ya no venden billetes hacia donde tú estás. Que ese tren ya nunca pasará. Que tu estación de destino abrirá otras líneas distintas en un futuro, pero no hacia la estación en la que yo me encuentro. No quiero creer que nunca más haré un viaje a ti, a vosotras. A veces consigo levantarme y divisar la salida. Saber que es la única opción, que es el camino para volver a empezar. Pero me arraigo todavía a mi estación. Así que, más viejo y más cansado, vuelvo a mi asiento. Y, hasta que no sepa hacer otra cosa, esperaré.
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